- ¿Un curso para aprender a jugar? ¡Qué absurdo! ¿Para qué me sirve eso? Si yo hacía carreras con barquitos de papel con mis primos en mi infancia, si a veces llevo a la calesita a mis sobrinos, si cada tanto voy al casino y participo en programas de preguntas y respuestas…
- ¡Barquitos de papel, qué lindo! ¿Y cuándo fue la última vez que jugaste sólo porque tuviste ganas de hacerlo, sin pensarlo como una apuesta o una inversión?
Un sábado, hace algunos meses, llegamos y nos reunimos… Rodando bajo un mismo suelo y un mismo cielo.. mismo que veíamos lejano e inmenso..
Así que como hormigas que vuelven cargadas hacia el hormiguero (su casa), cada uno llegó de distintos puntos del camino, trayendo sus sueños a cuesta. Algunos grandes y voluminosos, otros pequeños y ruidosos. Proveniente de lugares tan disímiles que, de no ser por ese llamado interno que apenas se escuchaba bajo la tímida pupa de nuestro interior en transformación, jamás hubiéramos pensado reunirnos bajo tales condiciones.
Como sendas invisibles, uno y otro pasaba y se cruzaba en esas calles de Haedo bajo el cielo encapotado, sin siquiera suponer todo lo que producirían juntos más adelante.
Mate cocido, pancito con manteca y dulce, rostros llenos de expectativas y agradables sonrisas dibujaron la puerta de entrada a un mundo nuevo que se presentaba, ¿o era un mundo viejo que se resignificaba?
Como quien asiste a una fiesta que ya había comenzado, entramos buscando alguna cara conocida. Con miedo o vergüenza (quizá) porque, para todos, era esa primera vez donde nos íbamos a permitir jugar y aprender de eso. El clima lluvioso del afuera generaba el espacio adecuado para que el adentro nos recibiera de un modo cálido y acogedor.
Y así comenzábamos. Presentación viene, presentación va… Mientras mirábamos el empapelado de frases que Ágora nos regalaba para hacernos sentir más cómodos. En algún instante las individualidades empezaron a dejarse llevar entrando en ese círculo mágico que el juego propone y, juego va, juego viene... Lo individual comenzó a fundirse… Como las gotas desparramadas de mercurio, que por un momento parecen aisladas, pero imbuidas de una fuerza que las trasciende, en un ciego momento se reúnen para ser una… y allí donde antes se vislumbraba apenas una pequeña y solitaria gota, ahora sólo se percibía una gran y sustanciosa presencia (que reúne y contiene).
Clase a clase nos fuimos conociendo entre nosotros ¡e inclusive a nosotros mismos! Acercándonos… Si es que podemos decir eso ante la escasa distancia que ya nos unía… Los encuentros se fueron sucediendo a partir de allí y la vergüenza no encontró más lugar para seguir instalándose entre los hilos de nuestra historia, y fue así que terminó cediendo su lugar al compañerismo, al saludo reflejado en una sonrisa, al abrazo cálido, al sabernos con gustos similares, proviniendo aún de lugares tan dispares. Haciendo que esa cara tuviera un nombre, una historia común: entretejiendo “lo mío”, “lo tuyo”, “lo mío”, en “un nuestro”.
Y en la incierta sensación de recorrer este nuevo camino, nos encontramos con algunas certezas que devinieron en hechos. Observamos y jugamos, pedimos gancho, fuimos piratas, futbolistas músicos, paracaidistas, nos pensamos como medios, como ONG, capaces de pensar en un modo de intervenir… Cansados ya de mirar el mundo desde el suelo, dejamos de soñar con aquellos matices, para comenzar a ser parte de ello… y en un silencioso tornado de pigmentos y formas, nos fuimos dando cuenta que ya no éramos los mismos. Que volar tiene un significado y una responsabilidad: Ir y venir, permitirse volar para conocer a otros. Como las increíbles mariposas que tienen la libertad, pero también la inexorable responsabilidad, de que las flores no pierdan la vitalidad de su color.
Juana y Daniel
Promotores Lúdicos Comunitarios 2017